El paradigma del Loosh y las potestades teocráticas

Entender a la humanidad como un mero experimento de una raza de consciencia superior es, para ponerlo en una única palabra, incómodo. Defenestra nuestra concepción antropocéntrica de la realidad, quitándonos la corona soberana que nos ciñeron en los primeros versículos del Génesis; es más, nos rebaja a la misma altura con la que consideramos a los animales y vegetales de los que nos alimentamos o con los que experimentamos.

Pensar en la existencia de entidades que gocen de mayor libertad de la que poseemos y que ésta sea usada en pos de nutrirse o investigar con nosotros resulta inquietante; es indiscutiblemente más sencillo creer en un relato como el de las Sagradas Escrituras... allí se nos trata mejor, se nos coloca en el lugar adecuado para nuestra paz de espíritu: ¡somos los soberanos de la creación! Baste inclinar la cabeza, cumplir con algunas leyes, no trabajar en día sábado y ante cualquier inconveniente, ofrecer algún sacrificio de sangre. En un contexto que quizá resulte menos histriónico, Mangasar Mangasarian, autor de How the Bible was invented (Cómo fue elucubrada la Biblia), tiene algo interesante que aclararnos:
La Biblia es un libro extraordinario; cualquier libro que declare completa infalibilidad, que aspire a la absoluta autoridad sobre mente y cuerpo, que exija rendición incondicional a todas sus pretensiones so pena de eterna condenación, necesariamente es un libro extraordinario, y uno que, por tanto, debe ser sometido a evaluaciones extraordinarias. Pero no lo es. Ni los sacerdotes cristianos, ni los rabinos judíos aprueban el someter la Biblia a las mismas evaluaciones a las que deben someterse otros libros. ¿Pero por qué? ¿Tal vez esto podría ayudar a la Biblia? Esa no puede ser la razón. ¿Por qué podría dañarla? No se nos ocurre ninguna otra explicación. La verdad es que la Biblia es una colección de escritos de autoría desconocida y fecha incierta, traducidos a partir de dudosas copias de supuestos originales desafortunadamente perdidos.
Sin embargo, existe hoy alguna certidumbre académica sobre el material que pudo haber dado origen al Pentateuco: desde la publicación de la obra Epic of Gilgamesh del asiriólogo George Smith, quien a fines del siglo XIX la tradujo a partir de las tablillas cuneiformes que relatan el Diluvio Universal, en donde se identifica con suma sencillez al Utnapishtim acadio con el Noé bíblico; el aretalogista David Cangá Corozo en su libro La Conspiración del Ángel Gabriel conecta este relato con otros poemas mesopotámicos:
En el Enuma Elish se relatan sucesos cósmicos ocurridos durante la creación del sistema solar, en el Atrahasis se nos relata los sucesos ocurridos desde las actividades de los anunnaki en este planeta antes y durante la creación del hombre, hasta el diluvio, y en la Lista Real Sumeria, se nos dan detalles de las primeras civilizaciones de humanos. Combinando los relatos de estos tres poemas épicos mesopotámicos, se puede armar una historia paralela a la historia de la creación del Génesis bíblico, de hecho, George Smith publicó en el año 1876, su hoy famoso libro “The Chaldean Genesis” (El Génesis Caldeo), en donde sugiere que, por las varias similitudes, el poema épico Enuma Elish, y el Génesis hebreo, se refieran a la misma historia de la creación. Según estas tablillas, hace miles años, de alguna parte —especulamos que del cosmos, o de alguna otra dimensión— llegaron unos seres a la Tierra, con la intención de extraer minerales. A estos seres se les denomina los anunnaki, que significa “aquellos que del cielo a la tierra bajaron.” Los anunnaki estaban regidos por un sistema jerárquico basado en el linaje, en donde el líder de todos era An (Anu), el cual tenía dos hijos: Enlil y Enki, los cuales eran los líderes de la misión planeta Tierra.
El relato del Atrahasis puede resultar más que interesante, sobre todo, si se logra conectar su contenido legendario con la óptica ufológica; de hecho, es un relato que podría considerarse gnóstico e incluso, ponderando su exquisita veta literaria, de un notable trasfondo lovecraftiano: unos seres llegan a la Tierra a realizar ciertos trabajos de “extracción de materiales.” Los había de diferentes categorías: los dioses líderes, entre los que hallamos a Anu, Enlil y Enki, y sus subordinados trabajadores, denominados genéricamente como las deidades Igigi.(1) Después de un tiempo, ocurre una revuelta y estos últimos se quejan de las condiciones extenuantes y rehusan continuar con sus labores; luego que las negociaciones con los Igigi fueran agotadas, Enki resuelve el problema diseñando un obrero especializado, haciendo uso del cuerpo de un Igigi sacrificado desde donde se extraen genes anunnaki, y de Belet-ili, la “diosa matriz,” para que finalmente: “un dios y un hombre se mezclan conjuntamente en arcilla.” Resulta llamativo hallar un punto de contacto con la obra del antropólogo Carlos Castaneda, El Lado Activo del Infinito, cuando Don Juan le dice que, “los depredadores nos dieron su mente, que se convirtió en nuestra mente.” Si leemos el primer volumen de Textos Gnósticos: Biblioteca de Nag Hammadi (cap. Sobre el Origen del Mundo) también nos topamos con algo semejante:
Cuando (los arcontes) hubieron terminado a Adán, (el príncipe) lo colocó en una vasija, pues había tomado la forma de un aborto carente de espíritu. A causa de esto, cuando el gran arconte se acordó de la palabra de Pistis, temió que el hombre verdadero penetrara en su criatura y se constituyera en señor (del arconte) [...]

Llegados cabe Adán, cuando vieron que Eva hablaba con él, se dijeron [entre los Arcontes]: «¿Qué es esta cosa luminosa? Pues se parece a la semejanza que se nos manifestó en la luz. Ea, capturémosla y vertamos nuestra simiente en ella, a fin de que quede mancillada y ya no pueda regresar a su luz. Además, los que nazcan de ella quedarán bajo nuestra obediencia.»
De lograr ver este relato desde una perspectiva ufológica o hiperdimensional podríamos proponer una concepción más amplia: unas entidades extraterrestres arriban a un planeta para explotar sus recursos; estos seres, organizados bajo una férrea jerarquía, envían a sus operarios subordinados a efectuar una labor engorrosa y fatigosa: mientras los dioses superiores permanecen en el plano celestial (en Cuarta Densidad) la labor de los Igigi, en cambio, acontece en la realidad física (en Tercera Densidad). ¿Qué labor es la que extenúa a las deidades Igigi? El Atrahasis nos informa que: “Los dioses tuvieron que cavar canales. Tenían que limpiar los canales, las líneas de vida de la tierra. Los dioses excavaron el río Tigris y luego excavaron el Éufrates.” ¿Es que acaso estuvieran terraformando? La referencia a las líneas de vida de la tierra nos puede conectar rápidamente con las Líneas Ley: las famosas alineaciones energéticas que los druidas denominaban Nwyvre (dragón terrestre) donde encontramos emplazados los antiguos monumentos, las construcciones megalíticas junto a los lugares sagrados. (2)

Robert Monroe, en su libro Far Journeys, hace mención a un planteo semejante: los Sembradores, unas entidades de un nivel de realidad superior, en su afán de obtener un “bien escaso” que se encontraría dentro de las moléculas orgánicas diseminadas a lo largo de la galaxia, realizaron una serie de experimentos biológicos, comenzando por los Cultivos Primero y Segundo, es decir, los Estacionarios o vegetales y los Móviles o animales; este “bien escaso,” denominado Loosh,(3) podía ser recolectado fácilmente en una situación de conflicto, en especial, durante el deceso de un organismo viviente:
Así como el Segundo Cultivo se volvió escaso, los requerimientos energéticos para las unidades Móviles se volvieron una seria restricción en el Jardín de las Deidades. Era frecuente que dos unidades Móviles se vieran en la necesidad de ingerir el único remanente del Segundo Cultivo; y esto creaba conflicto que devino en luchas entre las hambrientas unidades Móviles. Los Sembradores observaron estas luchas, en un principio perplejos con el problema, pero luego con gran interés: ya que a través del conflicto, las unidades Móviles comenzaron a generar grandes cantidades de Loosh, de una altísima puerza.

Fue entonces cuando los Sembradores pusieron una nueva teoría en práctica: alteraron a los Móviles de manera que fuesen más pequeños, pero a su vez que necesitaran alimentarse de otros Móviles o de otra forma perecerían. Esto resolvía el problema de la sobrepoblación de Móviles, pero a su vez se generarían grandes cantidades de Loosh fruto del conflicto y muerte en pos de la supervivencia.
En este paradigma, el conflicto en la vida orgánica de la Tierra —el Jardín de las Deidades, que nuestro John Keel bautizó convenientemente como Disneyland of the Gods,— genera un manantial de energía vital, surgida a partir de la lucha por la supervivencia; estos Sembradores o granjeros cósmicos, equiparon a los animales con colmillos, garras, celeridad y destreza con el fin de prolongar el combate víctima-depredador y así incrementar la recolección de Loosh. Pero finalmente dieron con un prototipo novedoso que les había llevado gran esfuerzo en diseñar y un considerable tiempo en perfeccionar: el Cuarto Cultivo, el ser humano, aquel modelo experimental que superaba a todos los demás Cultivos anteriores:
El Cuarto Cultivo excedió las expectativas de los Sembradores. Resultó en una producción consistente y utilizable de loosh que fue obtenido desde el Jardín. El balance de “vida” operaba de manera perfecta, con el Factor de Conflicto produciendo inmensas cantidades de loosh manando de manera permanente a través de las constantes muertes y destrucciones de todo tipo de organismos: Móviles, Estacionarios y el nuevo Cuarto Cultivo.

Para manejar la recolección, los Sembradores crearon unos recolectores especializados para ayudar durante la cosecha. Crearon entonces canales para recolectar el loosh en bruto desde el Jardín hacia su Residencia. Desde entonces, nunca más se necesitó depender del loosh en estado salvaje. El Jardín [el Plano Físico] fue una fuente inagotable para los Sembradores.

Para optimizar la recolección, los Recolectores generaban turbulencia y caos en la envoltura gaseosa y en el núcleo que forma la base del Jardín. Estas hecatombes tienen el efecto de culminar con la vida de multitudes de sembradíos, dado que son aplastados por los movimientos telúricos, el fuego emanado de los terremotos o el agua que ha sido agitada.
Hallamos entonces una interesante explicación al origen y caída de las civilizaciones humanas, lejos de cualquier cosmovisión antropocéntrica y en línea con el pensamiento gnóstico del cristianismo primitivo. Asimismo, se comprende que el trabajo que despreciaron hacer los Recolectores —los anunnaki: las deidades Igigi del poema Atrahasis— era estar, de alguna manera, “encarnadas” en el plano físico de Tercera Densidad para procesar la materia prima en componentes más elaborados de Loosh: resulta más conveniente diseñar autómatas Estacionarios que conviertan la energía solar en azúcares y luego que otros robots con mayor movilidad, a través de su necesaria subsistencia, cosechen los polisacáridos y sean a su vez alimento de otros autómatas más sofisticados que se nutran de sus reservas grasas y proteicas: con cada herida, fagocitación o muerte, se libera energía sutil aprovechable para los Sembradores —los dioses líderes de la jerarquía extraterrestre— en Cuarta Densidad. Bajo este marco, es fácil comprender las insaciables necesidades de Yahweh y sus tenaces reclamos de sacrificios de sangre; de hecho, también se explican los conflictos, batallas y guerras a los que sometió a su pueblo elegido e ilustran el adecuado mote de El Señor de los Ejércitos.

Prometeo, del pintor barroco
Theodoor Rombouts
(siglo XVII)
Pero al arribar a la explicación del Cuarto Cultivo es natural deducir que el Loosh de alta pureza es, en definitiva, aquello que los psicólogos identificaron como la libido, la pulsión sexual freudiana que más tarde el doctor Carl Gustav Jung señaló como la fuerza o energía psíquica, el pulso vital de la subsistencia, y que, por supuesto, el psicoanalista Wilhelm Reich razonó como la energía orgónica: el qi (chi) de los orientales; en definitiva, el Cuarto Cultivo es el eslabón final en la cadena trófica que completa la “extracción de materiales,” desde los rudimentarios azúcares y almidones de los Estacionarios, las proteínas y grasas de los Móviles hasta la fórmula del Loosh destilado de la humanidad: las energías sutiles que surgen del orgasmo, el sufrimiento, la ansiedad y la melancolía; es más, determinados humanos, abyectos a los ojos del sistema de control alienígena, pueden ser endilgados con ultores o implantes, que operen como disciplinantes cilicios psíquicos. Nuestros bienamados hermanos en la Búsqueda de la Verdad quizá intenten conectar esta hebra de conocimiento con el acopio y preservación de los hidrógenos sutiles en los centros instintivo y emocional como llave de la ergástula. Monroe, más tarde concluiría en que:
El concepto de Loosh explicó todo claramente. Y lo más importante: declaró el propósito, la razón de todo, el por qué de la existencia física. Este factor se me había escapado durante mucho tiempo. La respuesta del Loosh era simple y evidente. La razón estaba allí, de una manera muy prosaica. Se nos ha facilitado lo que entendemos como civilización pues producimos de hecho algo de valor: Loosh. Si finalmente uno era capaz de superar las barreras emocionales asociadas, era fácil, casi obsceno, entender la razón de nuestra existencia en la Tierra. Una explicación completa sobre la conducta humana y sobre la historia de nuestra civilización.

Loosh es una energía generada por toda la vida orgánica en diversos grados de pureza, la más destilada y potente proviene de los seres humanos —engendrada por la actividad humana que provoca la emoción, la más alta de dichas emociones— el instinto de reproducción y supervivencia.
Al igual que las antiguas enseñanzas gnósticas de las escuelas cópticas tempranas, la moderna New Age observó algo similar al paradigma que presentó Robert Monroe. En su material canalizado, Barbara Marciniak facilitó una explicación sorprendentemente análoga, datando el comienzo de la manipulación genética hace aproximadamente 300.000 años —una fecha cercana a la brindada en las Sesiones Cassiopaea: 309.000 años— que, si se la divide por la medida de un año platónico (25.776 años), se obtiene un guarismo cercano a 12 que representaría, para nuestro momento presente, el fin de una era o ciclo mayor:
La conciencia se comunica continuamente. La conciencia vibra, o puede ser llevada a vibrar, con ciertas frecuencias electromagnéticas. Las energías de conciencia electromagnéticas pueden ser influenciadas para que vibren de cierta manera con el fin de crear una fuente de alimento. Así como podemos preparar y comer las manzanas de muchas maneras, la conciencia también puede ser preparada e ingerida de muchas formas. Algunas entidades, en el proceso de su propia evolución, empezaron a descubrir que, mientras creaban vida y dotaban de consciencia a las cosas mediante la modulación de frecuencias de las formas de consciencia, podían alimentarse; podían mantenerse en control. Empezaron a darse cuenta que era así como el Creador Principal se nutría, el Creador Principal encarga a otros la tarea de crear una frecuencia de consciencia electromagnética que le sirve de alimento. Los nuevos propietarios del planeta tenían un apetito diferente y otras preferencias que los antiguos propietarios. Se nutrían a través del caos y del miedo: esto los alimentaba, los estimulaba y los mantenía en el poder. Estos nuevos propietarios que llegaron hace 300.000 años, son los magníficos seres que se manifiestan en los relatos bíblicos, en las tablas babilónicas y sumerias y en los textos de todo el mundo. Vinieron a la Tierra y volvieron a ordenar a la nativa especie humana. Volvieron a ordenar vuestro ADN con el fin de que el hombre transmita dentro de una cierta banda de frecuencia limitada, cuya frecuencia los pudiera alimentar y mantener en el poder.
La colegiatura rosacruz ya había descubierto este asunto siglos atrás pero lo mantuvo en secreto, sólo revelándolo a sus adeptos más avanzados, seguramente debido al shock ontológico que podía producir en una mente no preparada. Antes de sumergirnos en el análisis de sus conocimientos, quisiéramos parapetarnos previamente en los trabajos de Kyle Griffith, los cuales hemos comentado previamente y vaya nuestra advertencia no porque los consideremos a pies juntillas, sino porque una atenta lectura permitirá observar que las dos facciones que se aprecian en su obra, War in Heaven (Guerra en el Cielo), tienen parecidas tácticas hiperdimensionales, esgrimiendo una espuria consideración por el libre albedrío de los humanos. Si el ojo entrenado puede conectar al Colegio Invisible con las sectas del iluminismo europeo (herméticas, masónicas, rosacruces y demás peculados energéticos), gran parte de nuestra tarea profiláctica podrá entenderse como cumplida. (4)

Bajo la égida de los excelentes trabajos de la acádemica inglesa Frances Yates, el movimiento rosacruz nace durante los siglos XV y XVI en el seno de la religión católica de mano de dos tonsurados renacentistas: Marsilio Ficino y Giordano Bruno; ambos cultivaron sus estudios a la sombra del venerable Corpus Hermeticum, obra del supuesto sacerdote egipcio Hermes Trismegisto —aunque ninguno de los dos se percató que había sido fraguado por monjes cristianos,— con la adición de tratados sobre Kabbalah y Alquimia medieval.(5) Dejando los detalles históricos para otra ocasión, el paradigma rosacruz —a diferencia del masónico que se somete al Gran Arquitecto o Demiurgo— expone a los Decanos, los demonios caldeos o los Señores del Zodíaco, que rigen con frialdad el plano físico a los que se debe apaciguar con frecuentes sacrificios; hoy en día, las órdenes herméticas los denominan Arcontes del Destino, es decir, aquellos que detentan el poder. En definitiva, los Arcontes hacen uso y abuso del ser humano, como un esclavo orgánico diseñado para recolectar y cosechar a través de su experiencia terrena un producto energético útil a nivel cósmico llamado askokin, de similares propiedades al loosh. El desaparecido maestre de la orden rosacruz chilena y director del Instituto Filosófico Hermético, John Baines (Dario Salas Sommer), comentaba:
Si fuéramos dioses perversos o expoliadores inmorales, no podríamos idear nada mejor para hacer trabajar tranquilos a un grupo de esclavos que hacerles creer por medio de hipnosis colectiva que son felices e importantes. Contaríamos con perfectos autómatas de protoplasma que laborarían incansablemente produciendo aquello que a nosotros nos interesara. Por añadidura, estos robots se fabricarían y mantendrían a sí mismos.
Para culminar esta entrega y volver a encausar nuestro análisis bíblico en relación a la teocracia mosaica, en su libro El Hombre Estelar, Baines se refiere a la fallida labor de Moisés durante la liberación de los judíos de su esclavitud en Egipto, puesto que su accionar, haciendo un ritual de invocación mediante el uso de las sagradas artes egipcias, atrajo a una entidad demoníaca a la que, curiosamente, sólo menciona con una Y.:
Todos conocen la aparición de Moisés flotando en una cesta en el río, y su posterior adopción, circunstancia que indujo a engaño a los sacerdotes egipcios de aquella época, quienes tomándolo por egipcio llegaron a iniciarlo en los misterios de la magia ritual, que es un método para hacer vibrar notas claves de la naturaleza y producir así ciertos fenómenos que el operador desea lograr. El estudio de la física atómica nos muestra en teoría que es posible producir cambios o transmutaciones en la materia, por lo que no tiene nada de milagroso que estas mutaciones se lleven a cabo por procedimientos secretos. A pesar de su identificación esotérica con la magia egipcia, Moisés siempre permaneció fiel a la sangre de sus ancestros, por lo cual su más fuerte deseo era el de constituirse en el líder que liberara a su pueblo de la esclavitud, conduciéndolo a la tierra prometida. Guiado por este deseo, Moisés, consciente de las poderosas fuerzas que había aprendido a manejar, concibió una audaz idea: realizar un pacto o alianza mágica con un ángel, criatura divina que se encargaría de darle el poder y la ayuda del cielo para salvar a sus hombres.

Después de una larga preparación llevó a cabo, en la más profunda soledad, la ceremonia ritual con las palabras mágicas e invocaciones correspondientes. En medio de impresionantes fenómenos atmosféricos y telúricos hizo su aparición un ser de impresionante presencia, que hizo temblar de pánico a Moisés por la tremenda fuerza que proyectaba. Jamás sabremos ni nos será posible imaginar las condiciones en las cuales se llevó a cabo el pacto entre el hombre y el cielo. El ángel accedió a todo lo que Moisés le solicitaba y prometió su ayuda, exigiendo en cambio una irrestricta obediencia. Le reveló su nombre que era Y., y le pidió que en señal de unión todos sus seguidores debían experimentar una pequeña operación quirúrgica de tipo ritual, con leve derramamiento de sangre. Todo hombre que pasaba por esto llegaba a ser hijo de Y. La sangre que se derramaba sellaba este pacto.

A partir de este día, Moisés, revestido de un poder sobrehumano comienza a realizar toda clase de actos de magia, convirtiendo en el centro de su poder al “Arca de la Alianza.” Toda clase de plagas y calamidades fueron enviadas sobre Egipto e incrédulos y rebeldes eran fulminados por la ira de Y. De esta manera el pueblo de Moisés iniciaría el éxodo que habría de durar 40 años. Posteriormente, Y., el poder oculto tras el líder, comenzó a cambiar súbitamente su manera de proceder, empezando a formular extrañas exigencias, cuyo común denominador era el derramamiento de sangre. Moisés, sobrecogido, empezó a darse cuenta de la magnitud del error cometido, al comprender que el “ángel divino” era en verdad “ángel de las tinieblas,” polo opuesto al de la potencia luminosa que él había pretendido evocar. Este “ángel infernal” era uno de los integrantes de las huestes de las sombras, vampiro que para mantener su poder y fortaleza necesitaba beber sangre humana, esencia cargada de la vitalidad que otorga la chispa divina. Es por eso que a lo largo del éxodo se producen tantos incidentes de sangre, provocados por el oculto dictador.

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